Si hay un sitio en donde morir: la Paramera de Avila

La sierra se va apoderando del terreno, algún pino resiste, las masas graníticas se extienden entre el rebollo que verdea el suelo. La carretera se hace más pequeña y se va imponiendo a mi izquierda el macizo de Gredos. Majestuoso hace pequeña toda labor del hombre. No ulula el monte próximo, sólo se oye el roce de la ambulancia con el asfalto. Dejamos el cruce del Burgohondo. Subimos hacia la Paramera. La sierra está calma por la estación de verano en su comienzo.

Ciertamente no es mal sitio para morir. Si, si hay lugar para morir es éste que no otro. No quiero ser un número en la ciudad inhospita; sí, aunque se trate del Cementerio de la Paz de Tres Cantos, donde mueres en la apariencia de ser Onassis. Las masas de tumbas de San Isidro, San Justo y la Almudena, me espantan.

Sube la ambulancia conmigo dentro; yo, pastueño, conformista con la decisión prudente  de la médico argentina que me manda al Hospital Virgen de Sonsoles, en  Avila. Si, si hay ciertamente un sitio donde morir que sea ése. Pero no llego el día. El "sincope" de hace una hora no significa nada; simplemente un rellenar de hojas, una manera de seguir un protocolo. El corazón late bien, las constantes son normales. Es más, cuando pierdo el sentido en el Tiemblo, no me imagina sitio más bueno para desmayarse. Allí al lado del Hotel "Toros de Guisando". Cuantas bodas de pueblo ha cubierto, cuantos langostinos y filetes de ternera, cuanto baile y sobre de dinero habrá visto. Cuando recuperé mi sino, un sueño placentero me había abrigado. Respire. Ya me volvía a encontrar bien. Me rodeaban una serie de personas con cara preocupada, llamando otras a los servicios de salud.  Si lo hubiera hecho en Madrid, nadie me hubiera atendido; bueno, si, Patricia si. Mi sueño sería pesadilla.

El sonido de una niña quebrada impide a los demás enfermos dormir en las Urgencias. El personal es extrañamente amable, atento, considerado con el paciente. Claro, la mayoría son ancianos que cubren las camas, el Hospital tiene sentido. Van a lo largo de la tarde abandonándolas. En ese momento los cubren con una cortina. Antes ya se ha oído todos las miserias de cada uno.  Lo más complicado es su retorno a las residencias, la pérdida de los "seres queridos", la chaqueta que no sabes donde la has dejado. Los parientes ponen cara de paciencia  de las debilidades de los cuerpos añados.

Cuando retorno me abrigo en el Valle de la Sieteiglesias. Antes paro en el Barraco - me dio vergüenza parar en la propia Avila y coger unos hornazos, ¡Qué clase de enfermo sale de un hospital para ir a celebrar¡- ; compramos  una merienda cena;  mi primo, que nos acompaña, nos cuenta historias según vamos pasando sitios. Su última visita al peletero del Barraco, la isla castillo del embalse, las partidas de poquer en la Venta. Es, propiamente, de los pocos que en el pueblo sigue el estilo de vida antiguo. Cada lugar tiene su historia, cuando se pasa por él, debes contar algo de lo que te ocurre para que cobre dignidad él y tú. Duermo en el pueblo y descanso. Ay, si no volviera a la ciudad, que buena vida tuviera.

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