Apuntes sobre lecturas (Valle Inclan , su manuscrito inédito de el ruedo ibérico y Proust y su mundo de los Guermantes) después de dos años de escritura jurídica

I.-

Vuelvo a escribir  en el blog.

Han pasado casi dos años desde que hice mi última entrada. Durante ese tiempo,  me he dedicado al Derecho, objeto con el que mantengo una relación de amor - dogmático- y odio - en la práctica-. Así,  he escrito una monografía premiada por la Fundación Aequitas; estos días he vuelto a leerla y tengo que ponerme a rectificar faltas y algún que otra cuestión. Ha dado tiempo a sufrir por la enfermedad y la muerte de mi padre; tal vez con el consuelo de poder estár en su último hálito. De estar ilusionado por lo que iba a llegar y se frustró. Sacrificando a mi familia con mi estancia en Alicante - llena de la acogida afectiva de su Departamento de Derecho Civil-. Pero la escritura llama - esto último es afortunadamente presuntuoso-

II.- 

Se escribe porqué se lee.

No entiendo esta afición "en contar la realidad". Esta es fea y sólo la magia matemática de la letra logra apagarla con sus giros y engaños ¡Qué afortunado en este punto la edición de Diego Martínez Torrón sobre los "Manuscritos Inéditos de << el ruedo ibérico>> de Valle Inclán¡ Allí escojo,  birli birloque, un momento:

"El Salón de la Marquesa Carolina, - rancia sedería, doradas consolas, desconcertados relojes-, repetía un poco desafinado los ecos literarios y galantes de los salones en el Segundo Imperio. La Marquesa ahora en su cautivante y melancólico otoño, escètica de las ilusionadas peregrinaciones en busca del amor, conspiraba soñándose una Marquesa de la Fronda. Acababa de encender las luce el lacayo de estrados, y la doncella, reflejada sucesivamente en los espejos e las consolas, reponía las flores en los jarrones. La Marquesa Carolina, esta noche, como otras noches, mimaba la comedia del frágil melindre nervioso, recostada en el gran sofá de góndola, entre tules y encajes, rubia pintada, casi desvanecida en la penumbra del salón retumbante de curvas y faralaes, pomposo y vacuo como el miriñaque de las madamas. La Marquesa Carolina era de un gran linaje francés, hija del celebre Duque de Ramilly, Mariscal y Par del Reino en la Corte de Luis Felipe. Reclinada en el sofá de góndola, perezosa y lánguida, quejándose de una enfermedad imaginaria: Hacíanle tertulia dos damiselas y un caballero con empaque de rancio gentilhombre: Este caballero era el afrancesado Marqués de Bradomín. Las damiselas - lindas las dos- eran Feliche Bonifaz y Teresita Ozores, la Marquesa se oprimía las sienes con las manos: El gesto doliente agradaba su expresión de rubia otoñal. Teresita Ozores encarecía los encantos de París: Acababa de llegar, y suspiraba por volver:
 - ¡Los franceses, locos con el Imperio¡ ¡París, maravillosos¡¡La Opera, brillante¡¡Los modistos, un escándalo¡¡Pero qué lujo, qué gracoa. qué esprit¡Esta prmavera el último grito, los fulares estampados con rosas. Eugenia ha puesto la moda. ¡Para las rubias, admirable¡¡Tú, Carolina, estarás encantadora¡
Teresita Ozores escondía sus treinta abriles bajo un vistoso plumaje de pájaro perejil: Hablaba con voluble y casquivano gorjeo(...)
 ¡En tres párrafos, una novela¡¡En un manojo de adjetivos, varios desarrollos de la trama¡.

III.- 
A pesar de que esta pandemia me está alargando el tiempo de lectura, no siempre encuentro el placer. No consigo admirar a Chateaubriand con sus Memorias de Ultratumba, fuera de disfrutar con la historia que relata. Para conseguir paliar mi sed, recurro a la lectura inacabable de Proust. En este momento, el mundo de los Guermantes. Allí, en un momento mágico, el escritor nos descubre un instante  en donde el tiempo, parado, justifica la necesidad de plantear una crónica de la aristocracia:

" En eso se diferenciaba  profundamente la duquesa de su sobrino, Saint Loup, invadido por tantas idas y expresiones nuevas; es difícil, cuando está uno turbado por las ideas de Kant y la nostalgia de Baudelaire, escribir en el exquisito francés de Enrique IV de modo que la misma pureza del lenguaje de la duquesa era una señal de limitación y de que, en ella, la inteligencia y la sensibilidad habían permanecido cerradas a todas las novedades. Hasta en esto me agradaba el talento de la señora de Guermantes, justamente por lo que excluía ( y que componía precisamente la materia de mi propio pensamiento) y por todo lo que, gracias a eso mismo, había podido conservar ese seductor vigor d e los cuerpos ágiles que ninguna reflexión agotadora, ningún cuidado moral o perturbación nerviosa han alterado. Su espíritu de una formación tan anterior al mío, era para mi el equivalente de lo que había ofrecido el porte de las muchachas de la pandilla a la orilla del mar. La señora de Guermantes me ofrecía, domesticada y sumisa por obra de la amabilidad, del respeto a los valores intelectuales, la energía y el hechizo de una cruel muchachita de la aristocracia de los alrededores de Combray, que desde niña montaba a caballo, les partía los riñones a los gatos, arrancaba los ojos a los conejos y, lo mismo que se había quedado en una flor de virtud, hubiera podido - hasta tal punto tenía las mismas elegancias- ser, no muchos años antes, la más brillante de las queridas del príncipe de Sagan".
Así nos descubre el escritor su ansia por la niñez perdida, con sus impulsos irracionales¡ Nachete que párrafo tan evocador de una historia vivida¡ Así me surgen las imágenes del Club Puerta de Hierro, el traje sastre impecable de hechura,  fuera de moda,   la amabilidad de trato sin afectación, algo hierático  el gesto, el peso ligero de la tradición, los lomos auricos, apenas deshojados, de la Historia de España de Lafuente que se rechaza - al lado, Manuel Aznar protege la fé de las lectoras-. Todo ello para cumplir un sueño estético, sin razonar ni un segundo las intenciones, sin  un momento de no dejarse llevar por la pasión. 



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